Proyecto colaborativo internacional sobre los movimientos migratorios a lo largo del s. XIX y XX entre Argentina y España. Colegio Norbridge (Buenos Aires) – IES de Sabón (Arteixo)
Hay relatos que nos revelan también recuerdos que yacen “dormidos” y que al despertar reparan antiguas heridas y llagas, reavivan el presente, iluminan de otro modo el porvenir.
¿Qué rasgos o aspectos de la inmigración europea en la Argentina nos revelan los testimonios de la infancia, de los niños inmigrantes?
Para la mayoría de los niños que vivieron la guerra, la emigración a la Argentina fue la última etapa de un viaje más largo. Muchos de ellos habían dejado atrás sus pequeños mundos cotidianos bastante antes, ya sea cuando las fuerzas franquistas se impusieron en la Guerra Civil española, cuando sus países fueron ocupados por el ejército alemán y se desató la persecución de judíos, o cuando el ejército soviético invadió diferentes regiones de Europa del Este. De manera que muchos de estos niños partieron sin un rumbo claro unos cuantos años antes de emigrar hacia la Argentina, un lugar que estaba completamente afuera de su horizonte y el de sus padres.
¿Qué significado tuvo para ellos ese desarraigo obligado y en la mayoría de los casos producido de una forma tan brutal?
Sin duda, ese regreso vedado afectó a los niños.Recién cuando llegaron a la Argentina, muchos de ellos se dieron cuenta de que no podrían volver al lugar de su infancia donde habían quedado olores y sabores ahora transformados en recuerdos que iban a configurar una identidad atravesada por la nostalgia. Sin embargo, esa memoria nostálgica, esa invención de un mundo idílico tuvo menos peso en la experiencia infantil de estos niños de la guerra que el juego, la sensación de aventura y un despreocupado candor infantil común a todos ellos.
El juego los ayudaba a vivir la situación de un modo menos traumático
La memoria de la infancia quedó afectada por heridas, en algunos casos muy profundas. Pero por otro lado, ese largo viaje desde el hogar, un peregrinaje que los obligó a cruzar cadenas montañosas a pie, en trenes o en carros y bicicletas, fue vivido por ellos prácticamente sin temor (o al menos así lo recuerdan) y como una aventura formidable. La vida en el campo de refugiados era una oportunidad de hacer nuevos amigos y disfrutar de juegos. Algunos de esos juegos eran riesgosos, como el de desarmar las balas que habían quedado como rezagos de la guerra, para rescatar la pólvora con la que luego llenaban latas y las hacían estallar.
¿Qué nos cuentan esas voces sobre “el mundo” que encontraron en este país?
Cuando el viaje terminó con la llegada a la Argentina, dejaron de ser refugiados para transformarse en inmigrantes. Varios se recuerdan nostálgicos y asustados, sobre todo, cuando empezaron la escuela. Pero en sus narraciones se vuelven a ver como niños integrados a la vida escolar, con alguna maestra o compañero de banco que les hacía de lenguaraz mientras ellos aprendían el español; a veces, también recuerdan haber sido objetos de burlas o de prejuicios, pero mayormente se presentan como portadores de una capacidad de adaptación a circunstancias nuevas que, posiblemente, fuera un capital forjado durante el largo viaje a través de la guerra y la posguerra.
¿Cuáles son los recuerdos más intensos de ese ámbito familiar, el barrio, la escuela, los amigos?
Algo interesante de destacar es que, así como los sabores de la infancia europea configuraron la memoria nostálgica de estos niños y los acompañaron en la edad adulta, también la comida y los sabores los ayudaron a aceptar su nuevo destino. Muchos de ellos recuerdan no sólo la abundancia y variedad que encontraron en la Argentina sino algunas comidas que los amigaron con el país en el que iban a quedarse a vivir. Manuel, un niño gallego que llegó a Buenos Aires con ocho años, sumido en una profunda pena porque se resistía a abandonar a sus amigos y a sus abuelos en Galicia, recuerda haber probado por primera vez la pizza en una pizzería de la avenida Mitre en Avellaneda. En una entrevista, me dijo: “cuando probé la pizza me pareció algo de otro planeta, tenía un sabor extraordinario. Mientras saboreaba esa maravilla decidí que no podía ser tan malo que nos quedásemos a vivir aquí. Gracias a la pizza, poco a poco me fui adaptando”.
Estos testimonios de los niños inmigrantes, ¿qué nos dicen de los modos en que se construye la memoria histórica de un pueblo?
Algo que interesa particularmente es la cuestión de la memoria subterránea. Es la memoria herida, la memoria cuya evocación duele. Entonces, se transforma en silencio. Los recuerdos que hieren se quedan en un rincón oscuro, en el sótano de la memoria, pero no se mueren, ni siquiera se duermen, están ahí, expectantes. Necesitan un contexto y una escucha para salir a la superficie. Son recuerdos que aguardan el momento preciso para ser expresados. Por eso no hay que confundir silencios con olvidos en la memoria de una sociedad. Creo que es muy útil pensarlo en sociedades con historias dramáticas como la nuestra.
FUENTES CONSULTADAS:
Bjerg María: El viaje de los niños (Edhasa, 2012).