Proyecto colaborativo internacional sobre los movimientos migratorios a lo largo del s. XIX y XX entre Argentina y España. Colegio Norbridge (Buenos Aires) – IES de Sabón (Arteixo)
«Acomodados holgadamente en nuestros domicilios, cuando vemos desfilar ante nosotros a los representantes de la escasez y de la miseria, nos parece que cumplimos un deber moral y religioso ayudando a esos infelices con una limosna; y nuestra conciencia queda tranquila después de haber puesto el óbolo de la caridad en la mano temblorosa del anciano, de la madre desvalida o del niño pálido, débil y enfermizo que se nos acercan.
«Pero sigámolos, aunque sea con el pensamiento, hasta la desolada mansión que los alberga; entremos con ellos a ese recinto oscuro, estrecho, húmedo e infecto donde pasan sus horas, donde viven, donde duermen, donde sufren los dolores de la enfermedad y donde los alcanza la muerte prematura; y entonces nos sentiremos conmovidos hasta lo más profundo del alma, no solo por la compasión intensísima que ese espectáculo despierta, sino por el horror de semejante condición. «
Frgto. de Guillermo Rawson en su Estudio sobre las casas de Inquilinato de Buenos AiresEs la otra cara del conventillo, despojado de lo “pintoresco”, de lo “tanguero”, el conventillo de la vida real, de todos los días, cercado por el hambre y las enfermedades, con un baño cada cinco o seis habitaciones, cocinas compartidas al aire libre, sin intimidad, sin privacidad.
“Encienden carbón en la puerta de sus celdillas los que comen puchero: esos son americanos. Algunos comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y gallegos.”
A menudo, cada habitación es lugar de trabajo, además de hogar. La sala que da a la calle suele ser la vivienda-taller de los sastres. En otras piezas, hay mujeres que trabajan a destajo en la costura; o son lavanderas en las piletas de los patios, y saldrán después a la calle con el atado de ropa limpia y seca, en equilibrio sobre la cabeza.
Los conventillos, grandes o pequeños tenían “La Encargada” -muchas veces una oriunda de Lugo, Orense o Pontevedra-, designada por los propietarios, se erigía en indiscutible jueza de contubernios y dificultades entre los inquilinos.
Se hacinaban no menos de cuatro o cinco personas, se cocinaba con braseros, se hacían las necesidades en horas de la noche y no faltaba la oportunidad donde se alojaba alguna mascota traída por solidaridad al verlo tirado por la calle.
Tampoco faltaba la ocasión que se alquilara la cama por horas conviviendo con la familia que había arrendado la habitación. Algo parecido a lo que en la actualidad ocurre con las llamadas camas calientes, porque no se enfrían jamás al alquilarse por horas a pobres inmigrantes para poder dormir calientes algunas horas durante la noche o el día.
Habitaban esos conventillos los más pobres entre los pobres, los más excluidos entre los excluidos en una ciudad sin la más mínima medida higiénica en las calles.
Sus habitaciones de cuatro metros por costado sin ventilación alguna despertó pronto el cuestionamiento de médicos higienistas como el Dr. Wilde y Guillermo Rawson quienes, luego de la fatídica epidemia de fiebre amarilla, dijeron que dadas las condiciones sanitarias e higiénicas de la ciudad, las epidemias que se venían sucediendo desde 1860 no eran otra cosa que su consecuencia.
La Prensa inició una campaña para forzar a la municipalidad a realizar un mayor seguimiento y control de las viviendas colectivas que estaban al antojo de los propietarios de la casona y al arbitrio de sus regentes que, por unas monedas menos, toleraban un estado de cosas francamente intolerables.
FUENTES CONSULTADAS:
WOLF, Ema y PATRIARCA, Cristina , “La gran inmigración”, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1991.
http://www.museodecera.com.ar/los-conventillos.html